Introducción a Teresa de Jesús

Cristina Morales. Anagrama 2020

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Teresa de Ávila fue muchas cosas: escritora, pionera en el género autobiográfico, humanista, emprendedora, inquieta y rebelde. Teresa se cuestionaba las cosas, quería servir a Dios, sí, pero a su manera. Quizá por eso la Inquisición la tenía en su punto de mira, y encontró tantos inconvenientes para fundar su Orden. Y quizá por eso, el retrato que de ella ha llegado hasta nosotros es, únicamente, el de la Santa. No ha ocurrido esto con figuras como las de Agustín de Hipona o Tomás de Aquino, que son estudiados como filósofos; o con San Juan de la Cruz, coetáneo de Teresa. Si preguntamos a Google por este último, lo incluirá en la categoría de “poeta”. Si hacemos lo mismo con Santa Teresa, nos devolverá un escueto “monja”. 

En Introducción a Teresa de Jesús (publicado por Lumen con el título de Malas palabras en 2015, y reeditado en 2020 por Anagrama), Cristina Morales se pone en la piel de la Teresa escritora. Su confesor le había encargado escribir el Libro de la Vida para resarcirse de alguna forma con la Inquisición, que la acusaba de conversa; y en la novela desarrolla un diario paralelo en el que reflexionaría sobre el propio acto de escribir, y las razones que la llevan a ello.

“Y de todo ello ha resultado que Dios y yo estamos de acuerdo: que debo escribir lo que el dominico espera de mí porque otra cosa no admitiría y porque le debo obediencia. Que he de escribirlo porque quiero que los buenos letrados se me arrimen, que eso me hará mejor escritora y por tanto mejor servidora de Dios, y porque no quiero que la Inquisición me procese, aunque ahí me engaño. La Inquisición, si quiere, me procesará por el hecho de ser una mujer y escribir sobre Dios, y ni eso: por ser una mujer y escribir, por ser una mujer y leer. Por ser una mujer y hablar.”

Haciendo uso de un lenguaje renacentista con tintes contemporáneos, Morales explora los límites de la libertad del escritor: tanto la creativa como la material. Al igual que Teresa, ella escribe esta novela por encargo, aunque no para salvarse de la hoguera, sino por necesidades puramente económicas. Y ambas encuentran limitaciones, se ven privadas de escribir cuanto y como desean, y obligadas a recurrir a pequeñas “trampas” para expresarse libremente. En la nota a la edición (que titula ¡ja, ja, ja, ja!), reflexiona sobre esto, denunciando sin ningún paliativo la violencia editorial que sufrió la novela en su versión original, cuando no se le permitió siquiera escoger el título.

Este diario ficticio también recupera la figura de Beatriz de Ahumada, madre de Santa Teresa: cuánto le influyó en el desarrollo de su afición a la lectura, o cómo observándola gestar hijo tras hijo (“llegado el embarazo de todos los años, la cara se le amanzanaba y los anillos se le ajustaban a la carne”) experimentó cierto rechazo hacia la maternidad como función exclusiva de la existencia femenina, algo que en parte la llevó a elegir la vida conventual. Entre estos fogonazos de su infancia, en la narración de los juegos con su primo Diego, encontramos un guiño a Juan Marsé y Si te dicen que caí (uno de los títulos que Morales propuso a la editorial fue Últimas tardes con Teresa de Jesús), y podemos entrever entre ellos cierta electricidad prematuramente velada.

Dice Morales que Santa Teresa debería ser reivindicada por las feministas más radicales: “fue la primera mujer que se atrevió a acusar a los hombres de cortarles las alas a las mujeres”. Lo que sin duda resulta del todo necesario (y ya vamos tarde) es devolverle el lugar que se merece en la historia de la literatura, como una de las escritoras más brillantes y prolíficas del Siglo de Oro. Por su parte, Cristina Morales ya se está forjando el suyo, y mientras esperamos a la sucesora de su inmensa Lectura fácil, seguiremos viviendo de reediciones.

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