Val Kilmer: En lo alto para siempre

Existe un relato de David Foster Wallace, llamado En lo alto para siempre, que cuenta la historia de un niño de trece años subido al trampolín de una piscina el día de su cumpleaños. El chico está paralizado allí arriba, sobre el trampolín, contemplando todo a su alrededor. Por un lado, quiere tirarse, pero, por otro, también desea darse la vuelta. En el fondo sabe que atreverse a saltar significa dar el paso definitivo a la adolescencia. Por eso, duda. Finalmente, tras unos angustiosos segundos, salta.

Yo creo que no había ni cumplido todavía los trece cuando vi por primera vez en el cine el tráiler de The Doors. No recuerdo ahora qué película fui a ver ese día, pero sí que recuerdo que volví al cine varias veces más ese año sólo por volver a ver ese tráiler. Me impactó de una forma que hasta entonces no había experimentado con ninguna otra cosa. De algún modo, provocó que ese día yo también saltara ese trampolín, y, por primera vez, quisiera dejar de encontrarme al abrigo familiar y tratar de conocer qué me podía encontrar afuera. Por tanto, pertenezco a esa generación que llegó a Jim Morrison a través de Val Kilmer, y que escuchó por primera vez las canciones de la banda de la boca del actor en lugar de la del del cantante. Y eso es algo que no todo el mundo sabe: la banda sonora está cantada íntegramente por Val, y el parecido es tal, que ni siquiera los miembros de la banda fueron capaces de distinguir a quién de los dos pertenecía la voz que estaba sonando en ese momento cuando les hicieron la prueba.

Esta introducción se hace necesaria para poner en contexto el cariño que le tengo a este actor y del que me apetece escribir unas líneas tras visionar recientemente el documental estrenado en Amazon Prime sobre su vida, ahora que no le ha quedado más remedio que reconocer al fin -tras varios desmentidos por su parte- que ha sufrido un cáncer de garganta. Y, tras verlo, se nos vienen a la cabeza muchas preguntas que nos gustaría hacerle a Val en relación a cómo se encuentra de salud y de ánimo (no nos creemos en absoluto la felicidad que muestra en el documental). El problema es que no se nos ocurre cómo formulárselas. 

La película, en realidad, está basada en horas de grabaciones caseras realizadas por el propio actor tanto durante los rodajes como en su vida privada. Y la primera conclusión que uno saca al verla es que Val Kilmer ha vivido demasiadas cosas demasiado deprisa. Y, por el optimismo con el que se ha tomado su enfermedad, parece como si el cáncer únicamente le hubiera deformado la voz y se tratase sólo de un paréntesis en su vida. Posiblemente porque sabe que Dios está de su parte.

El documental empieza con las grabaciones privadas en el set de rodaje de Top Gun, en el que el elenco de actores aplicó el método por entonces extendido en Hollywood de trasladar al plano personal los enfrentamientos de los personajes en la ficción, y así vemos a Iceman y a su cuadrilla reírse a escondidas de Tom Cruise. Y no es casualidad que los directores hayan elegido esta escena como la primera: por un lado, porque para muchos seguidores es su personaje favorito, y, por otro, porque en esos vídeos se aprecia a un Val Kilmer rebosante de felicidad, que es, precisamente, la imagen que él quiere que esos seguidores conserven de él.

Aunque claro, el documental lleva intrínseco un componente emotivo a consecuencia del testimonio que narra y la forma en la que lo hace, y, en ese sentido, el momento más sensible lo encontramos hacia el final del mismo, cuando Val recuerda a su madre fallecida, y, con un plano corto de su rostro envuelto en lágrimas comprendemos que su mente se ha trasladado a un pasado muy lejano. Y es que, como dicen los mayores, conforme uno se va haciendo viejo, los recuerdos cada vez parecen más hermosos. Y en ese instante encontramos la única concesión que hace el actor durante las casi dos horas que dura el film a mostrar cierta vulnerabilidad, puesto que tanto antes como después, incluso en la escena justamente posterior a la misma y aún en casa de madre, se empeña en tratar de hacernos ver que todo va bien, como si no supiese que no ignoramos lo que ocurre dentro de su corazón. 

Pero, salvo esa licencia por parte de los guionistas y del propio actor, junto con otro par de escenas más que también ponen la piel de gallina, como cuando vomita y lo sacan en una silla de ruedas de una firma con los fans bajo un manto que le cubre la cabeza, la película se centra mayoritariamente en su cara más amable (y, ocasionalmente, en la menos amable también) durante los rodajes de su amplia carrera, la cual yo dividiría en cinco etapas: 

La primera y exitosa, que duraría desde 1984 hasta 1995, o, lo que es lo mismo, desde Top Secret hasta Heat. Aquí encontramos a sus personajes más icónicos. Posiblemente, no ha habido ningún otro actor que haya acumulado tantos y tan variados en tan poco espacio de tiempo: Nick Rivers, Iceman, Madmardigan, Doc Holliday, Jim Morrison y Elvis Presley. Porque sí, han leído bien. Aunque la sombra de su papel como el carismático cantante de los Doors eclipsó todo lo demás, Val también interpretó, de manera simbólica, a Elvis Presley en la conciencia de Christian Slater en la película Amor a quemarropa. Por lo que se puede decir que Val Kilmer fue el rey lagarto y el rey del rock al mismo tiempo. Y como no se puede ser y no ser al mismo tiempo, el ponerse bajo la piel de unas personalidades tan extremas, le costó el matrimonio con Joanne Whalley, la actriz con la que coincidió en Willow, y a la que se había dedicado a espiar cuando la había visto unos años antes por Londres, aunque entonces no se atreviera a decirle nada porque “ella era muy guapa y yo sólo había hecho una película tonta”. 

Pasada esta primera fase, encontramos una segunda solapándose con el final de ésta, y que iría desde 1995 hasta el 2000, en donde sus críticos le atacaron con la fiereza de quien lame hojas de afeitar, y que contemplaría desde Batman Forever (cronológicamente, en realidad, encajaría mejor en el párrafo anterior) hasta Planeta Rojo. Y, como cualquier cosa suele significar otra poco después, Val Kilmer nos cuenta que casualmente se encontraba en una cueva de murciélagos en mitad de África cuando recibió la llamada de su agente para proponerle protagonizar al super héroe en una película repleta de caras conocidas y en la que el actor se quedó tan poco satisfecho con su actuación, embutido en ese ceñido traje oscuro, que renunció a ponerse de nuevo la capa, y eligió en su lugar actuar en El santo. De estos años, el documental se entretiene mucho en el caótico rodaje de La isla del doctor Moreau, en el que Val Kilmer pone en evidencia sus diferencias con el director de la cinta, y en donde vemos una imagen demencial de Marlon Brando, tumbado en una hamaca y pidiéndole a Val que lo balancee más fuerte en su rato de descanso. Por otro lado, aunque apenas vemos imágenes del rodaje de Los demonios de la noche, es en esta película en la que el actor toca techo de popularidad y fondo de crítica. La opinión especializada, tras oler la sangre de las dentelladas de los leones, se tira en manada a atacarle sin piedad, y lo hace durante los siguientes pasos de su carrera hasta que éste protagoniza, curiosamente, al invidente Virgil en A primera vista. Y, entonces, empiezan a mirarle con otros ojos.

Y este cambio de tendencia de la industria se termina de materializar en la tercera etapa de su carrera, que correspondería a las películas rodadas entre 2002 y 2005, o, lo que es lo mismo, desde Wonderland hasta Kiss Kiss Bang Bang, en la que vemos a un Val Kilmer comportándose como si Hollywood ya le diera igual, y donde por fin obtiene el reconocimiento que se merece por sus actuaciones en películas como las recientemente citadas o The Salton Sea, e incluso Spartan, a pesar de tratarse de films poco exigentes y más orientados al estreno directo en televisión que en cine. El documental apenas se entretiene en estos años, salvo cuando el propio Val recuerda al volante de su coche sus días de rodaje junto a Robert Downey Jr., y pasa por alto cualquier mención a la que, posiblemente, fuera su penúltima oportunidad a engancharse al cine de masas, como fue con Cazadores de mentes, a pesar de que el peso fundamental de la actuación no cargara sobre sus hombros.

A partir de ahí, pasamos a un cuarto periodo en el que se aprecia un declive físico más que notable del actor, algo que ocurrió muy anteriormente a su enfermedad, y en la que Val protagoniza películas de muy bajo presupuesto, rozando la serie b. Hablamos del periodo comprendido entre Moscú Cero y Palo Alto, es decir, entre 2006 y 2013. Y es en este momento cuando, definitivamente, Val decide salirse del Hollywood que conocemos, a pesar de aparecer, aunque fuera de manera testimonial, en la maravillosa Deja Vu, de Denzel Washington, repitiendo con el genial Tony Scott, hermano del más genial aún Ridley Scott, y echando por tierra la fama de psicótico que envolvía el aura del actor dentro del circuito de directores. 

Finalmente, llegamos a la época actual, la más reciente, que englobaría desde su representación de Mark Tawin hasta su misterioso papel en la segunda entrega de Top Gun, pasando por la difícilmente digerible, Song to song. En cualquier caso, los que hemos seguido la trayectoria de Val Kilmer sabemos que su último gran proyecto, por el que más ha luchado, ha sido por dar vida a su admirado escritor, Mark Twain. Las imágenes del documental con el propio actor volviendo a casa tras una representación de la obra, caminando por las calles de Malibú en una tarde gris es de lo más hermoso y, a la vez, triste que uno puede pensar. En esas imágenes vemos a Val Kilmer, todavía caracterizado, en la más absoluta soledad, caminando por la playa. Y en este momento conviene recordar que el actor tuvo que vender sus terrenos en Nuevo México para poder costear el proyecto que, a todas luces, se antojaba ruinoso. Y con esta decisión, dio por acabado el que seguramente fuera su plan de vida, que me apuesto a que consistiría en retirarse a su rancho y pasar la mayor parte del tiempo sentado en el porche trasero con un montón de gatos encima y bebiendo limonada.

    Una vez explicada su trayectoria, es justo resaltar que Val ha tenido también momentos en los que, de haber elegido otro camino, muy posiblemente hubiera podido encauzar su carrera, al menos a nivel de cine mayoritario. Lo que no tengo tan claro es si esas decisiones que nosotros consideramos erróneas, él también lo piensa o no, porque viendo el documental, me da la sensación de que Val Kilmer fue una celebridad que se cansó muy pronto de serlo. Se me viene a la cabeza el proyecto finalmente no realizado de dar vida al capitán del barco que trasladó en sus bodegas desde Transilvania a Inglaterra a Drácula (sonó Adrien Brody para el papel de vampiro), y que se basaría en el diario de a bordo que recoge la novela de Bram Stoker. También se cuenta que rechazó el papel de Keanu Reeves en Matrix, el de Patrick Swayze en Dirty Dancing, o el de Brad Pitt en Entrevista con el vampiro. Sus razones tendría.

A partir de ahí, el cáncer. Estoy convencido de que hasta los pájaros se despertaron al conocer la noticia. En cualquier caso, lo que parece claro es que, a raíz de haberlo superado, Val se ha dado cuenta de que su vida transita mucho más rápido ahora de lo que solía hacerlo. Y mientras su cuerpo y, sobre todo, su voz, están terminando de ajustarse al nuevo escenario que se le ha venido encima, ha querido regalarnos un trozo de sí mismo a través de un maravilloso documental narrado a dos voces, la suya propia y la de su hijo, como si de alguna manera quisiera mostrarnos su vida desde dos prismas distintos, el de los vivos, y el del que quiere hacernos una llamada de atención de que la vida es también esto, y que el tiempo se va, y que, del mismo modo que en su día nos animó a saltar del trampolín para que conociésemos un mundo distinto al que ya teníamos, también nos está queriendo hacer ver que ese mismo mundo contiene aristas, y que esas aristas nos pueden cortar en un momento inesperado a cualquiera, y que ninguno tenemos la capacidad de elegir en qué problemas meternos y en cuáles no.

Y esa sensación nos la muestra muy claramente en la imagen en la que vemos a un muy desmejorado Val Kilmer, ya enfermo, regresando al lugar donde se rodó Tombstone, para visualizar, tantos años después, el que es seguramente su papel favorito, como ayudante de Kurt Russel, en Wyatt Earp. Y, ante la atenta mirada de sus fans, decide apartarse a un lado al ser consciente de todo lo que le está pasando, y rompe a llorar. 

Pero esa no es, con toda seguridad, ni la imagen que Val Kilmer quiere que tengamos de él, ni la imagen que nosotros queremos tener de Val Kilmer. Es por eso que, justo cuando estoy escribiendo este artículo, me están entrando unas ganas tremendas de volver a ver a Top Secret. Su primer papel. El personaje con el que empezó a construirse la leyenda de uno de los mejores actores que ha dado Hollywood: Val Kilmer. 

Para más de uno, entre los que me incluyo, en lo alto para siempre. 

Compártelo