En 2021 me mudé de ciudad, después de varios años viviendo en Madrid. Este cambio era el paso lógico que muchos creímos necesario durante la pandemia: abandonar las grandes ciudades, vivir en un lugar más tranquilo, menos exigente, menos frenético. Tener más calidad de vida. Seguramente lo he conseguido, pero esto también lleva aparejada su correspondiente dosis de nostalgia, porque una no puede dar carpetazo al que ha sido su escenario de vida durante tantos años (y más, si es una ciudad tan carismática como Madrid). La cuestión es que durante estos meses, inmersa en una rutina completamente distinta, pero igualmente absorbente, pensaba muy a menudo en cómo era mi vida en Madrid, y algunas de las imágenes que me venían a la cabeza eran un poco de este tipo:
Yo, deambulando por un Carrefour inmenso a las diez de la noche, exhausta, después de diez horas en la oficina, una hora de metro, otra de gimnasio. Arrastrando una pesadísima bolsa de deporte que me había acompañado durante todo el día, y que anulaba cualquier efecto beneficioso que hubiera podido tener sobre mi espalda aquella hora de gimnasio. Yo, emocionadísima al ver el anuncio en la fachada: el establecimiento iba a pasar a ser uno de esos escasos seleccionados que abrirían 24 horas. ¡Genial! Iba a poder hacer la compra aunque saliera tarde de la oficina, podría ir al gimnasio incluso cuando en lugar de diez, hubiera estado doce horas en la oficina, ¡y después me daría tiempo a hacer la compra! ¡llegaría A TODO! Luego, prepararía el tupper para el día siguiente, y me iría a dormir pronto para rendir como buena humana funcional y por tanto, productiva, al día siguiente. Sí, me daba tiempo a todo, menos a vivir.
Fran, en el Alcampo de Madrid Río, comprando aquel rodaballo gigante, riquísimo y escandalosamente caro, en una de nuestras primeras citas. Yo, visitando ese mismo Alcampo casi todos los días durante la semana de mi 30 cumpleaños, para que no faltara ningún detalle en la comida que estábamos preparando para celebrarlo. Nosotros, haciendo las primeras compras con mascarilla, como si de una expedición de riesgo se tratara, pensando que sería cosa de unos meses, algo anecdótico.
Y me sentía un poco rara, porque, ¿acaso no había vivido infinidad de cosas mucho más importantes, divertidas e interesantes durante todos esos años? Cenas, conciertos, amigos, paseos, museos… pero entonces vino Annie Ernaux a reconfortarme un poquito.
“El súper y el hipermercado no son reductibles a su uso de economía doméstica, al “rollo de las compras”. Suscitan pensamientos, fijan en recuerdos sensaciones y emociones. Seguro que podrían escribirse relatos de vida a través de las grandes superficies comerciales frecuentadas. Forman parte del paisaje infantil de toda persona con menos de cincuenta años. Si se exceptúa una categoría limitada de la población, el hipermercado es para todo el mundo un espacio familiar cuya práctica se ha incorporado a la existencia, pero del que ni se sospecha la importancia en nuestra relación con los demás, en nuestra manera de “sociabilizarnos” con nuestros contemporáneos del siglo XXI.”
“Mira las luces, amor mío”, a medio camino entre el diario y el ensayo, recoge todas las impresiones, sensaciones y reflexiones que Ernaux fue anotando en relación a sus visitas durante un año al hipemercado Alcampo, situado en un gran centro comercial. El punto de partida es sencillo, y aparentemente prosaico; sin embargo, el resultado es un inteligentísimo análisis antropológico sobre todo lo que rodea a la sociedad de consumo. Disecciona las estrategias comerciales, haciendo un estudio de campo sobre el consumismo en su estado más puro: cómo la temporalidad marcada por el calendario comercial condiciona nuestros deseos como consumidores, el clasismo implícito en el tratamiento y el lenguaje utilizado en las zonas de descuentos o marcas blancas; las consecuencias de la deslocalización de las fábricas de grandes empresas en países en vías de desarrollo, los roles de género, patentes tanto en la sección de juguetes o dietética, como en el aspecto físico del personal escogido para según qué secciones; o la anestesiada docilidad de los consumidores.
“A posteriori me pregunto si la caja automática es capaz de detectar un código de barras sustituido por otro o cualquier sistema ingenioso similar. Este tipo de dispositivo lleva a la indiferencia moral. No se tiene impresión de robar frente a una máquina.”
También se pregunta acerca del hecho de que estos escenarios, tan presentes en nuestra cotidianidad, apenas aparezcan reflejados en la literatura. Es más que probable que esto tenga algo que ver con su carácter de extensión del espacio doméstico, históricamente asociado a las mujeres, y donde se realizan tareas que están asignadas al género femenino. Son, por tanto, historias y vivencias pertenecientes a la otredad, ya que durante siglos, la voz universal ha sido, de forma paradójica, exclusivamente masculina y occidental. Con este libro, Ernaux contribuye a derribar esa molesta barrera, y lo hace de forma tan magistral que escoger un título tan afectado no supone ningún impedimento para ello.
Hace poco, en uno de esos agujeros de conejo en los que suelo caer (especialmente cuando tengo tareas urgentes que hacer), me topé con los vídeos Dead Mall Series, en los que el youtuber Dan Bell recorre centros comerciales abandonados, en proceso de decadencia o directamente en ruinas. Verlos es una experiencia hipnótica e inquietante: por un lado, siento cierto regocijo por el hecho de que esos lugares tan fríos, la quintaesencia del consumismo, pasen a mejor vida; y a la vez noto una punzada de nostalgia al imaginarlos en épocas más esplendorosas. Echadles un ojo después de leer el libro, y os sentiréis reconfortantemente desamparados.
“Puede que esta vida desaparezca pronto con la proliferación de los sistemas comerciales individualistas, como la compra por internet y el drive que, según parece, gana terreno día a día entre las clases medias y superiores. Entonces, los niños de hoy, convertidos en adultos, recordarán quizá con añoranza las compras del sábado en Mercadona, como los que ya han cumplido los cincuenta se acuerdan perfectamente del olor de las tiendas de ultramarinos o de las lecherías, adonde se iba por leche fresca con una lechera de aluminio.”
Bonus: en 2021, Cabaret Voltaire publicó otro de los diarios de Annie Ernaux. Se trata de Perderse, el cuaderno íntimo en el que narró la tormentosa relación que mantuvo en secreto con un diplomático ruso, y que inspiró uno de sus libros más celebrados, Pura pasión. Todo un tesoro para lxs amantes del cotilleo literario, y otra forma de disfrutar su brillante escritura.