La Amortajada

María Luisa Bombal era apodada cariñosamente por Pablo Neruda “la abeja de fuego”. El mismo Neruda que hubo de sacarla de su Chile natal y acogerla en Buenos Aires, rescatándola así de un amor platónico y tormentoso que la llevó a intentar suicidarse de un disparo y, años más tarde, a tratar asesinar al objeto de su deseo. No en vano, una de sus obras más relevantes, La Amortajada, gira precisamente en torno a la muerte y al amor.

Ana María acaba de fallecer, y toda la novela se desarrolla durante su velatorio, en el que la amortajada desgrana su vida al ritmo marcado por aquellos que acuden a velar su cadáver. Aunque la novela transcurre en un solo día, y Ana María no se mueve de su lecho de muerte; con cada nueva presencia en la sala, un torrente de conciencia nos arrastra a través de túneles excavados en el tiempo por su recuerdo, situándonos frente a distintos escenarios, momentos de su vida marcados por esas personas.

“El día quema horas, minutos, segundos”. Esta frase aparece en reiteradas ocasiones, una suerte de cuenta atrás hasta el momento en que será sepultada bajo tierra. Sin embargo, ese apremio es mucho más palpable en la narración de los episodios de su vida, marcados por una inexorable angustia; que cuando yace muerta. En ese momento, parece al fin hallarse en un estado de paz, una paz de la que el lector participa, mecido por el tranquilo repiquetear de la lluvia, tan reiterado como la propia frase. 

La cronología del relato es muy difusa, del mismo modo que muchos de los personajes están apenas esbozados: solo accedemos a ellos a través de las emociones que han despertado en la amortajada durante su vida. Y sin embargo, cuando Ana María nos habla desde el interior de su ataúd y desde la propia tierra, al final de la historia, tenemos un retrato muy claro de esos hombres que portan su féretro.

Así, a través de un onírico monólogo interior que nos recuerda a la escritura de Virginia Woolf o William Faulkner, Bombal nos habla de la frustración, del deseo femenino, de cuán difícil fue para tantas mujeres no seguir el camino marcado (matrimonio, hijos, amor incondicional). Del miedo al rechazo, del dolor, la desesperación, el aburrimiento, y de una torpe rebeldía. Pero sobre todo, nos habla de la relatividad, y del devenir de la importancia que el ser humano otorga a las cosas con el paso del tiempo. 

A pesar de ser una autora en gran medida ignorada en la historia de la literatura, Bombal sentó las bases del realismo mágico, a través de esta forma inverosímil en la que Ana María nos deja explorar su mundo interior, sus deseos y la psicología de los personajes que marcan su vida. Así, los personajes muertos que aparecen en el mundo de los vivos de alguna forma u otra, son una figura recurrente en dicha corriente. Es probable obras como Cien Años de Soledad o Pedro Páramo (precursora “oficial” del realismo mágico, aunque el propio Juan Rulfo reconoció haber sido fuertemente influenciado por Bombal) no existieran del mismo modo sin la escritura de la chilena.

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