Este Silencio

Qué manera de deslizarse esta angustia cartón-piedra por la vertical imposible de la foto. Es en estas tardes que por llover ni llueve, y la densa mugre de la nostalgia se presenta fugaz y clásica. Se arremolinan viandantes de un invierno que ya no y los pájaros cubren de estadísticas un cielo a medio gas (que se desangra en tonos nada). Me sacudo el miedo del ritual de tacto y alcoba. Te toqué de lejos – pude olerlo – ahora me duele aquí y allá – miento. Duermo en posiciones imposibles. Le regalo una constelación de puntos a este alma rota que almaceno en discos duros.

He bajado a comprar el ruido de una calle que se desbroza entre alientos festivos. Me lo he traído a casa y lo he cubierto de arena. Arena de playa y guitarra, de playa y familia, de playa y pelota blanda amarilla. Cultivo el recuerdo de aquella pelota, que fueron todas pero siempre la misma, que la bajábamos mi hermano y yo nerviosos. Corriendo por una escalera del peor mármol que se puede llamar mármol. Corríamos y fingíamos que llegaba el último minuto de algún partido. De fondo, paseantes siempre iguales y señoras dueñas del ultraprocesado cansadas como siglos. El último minuto y él hacía un montoncito de la arena gruesa que vino hace tiempo de una profundidad travestida de horizonte. Yo ponía voz de radio y radio de provincia y le ponía toda la presión del mundo. Mi hermano, no siempre, se santiguaba antes de lanzar el penalti. Lo tiraba fuerte, duro como la vida y seco como el aire de estos últimos días. Era gol o no lo era. Pero si no lo era le dejaba repetirlo y celebrarlo con grandes aspavientos.

He tapado con esa arena todo el ruido de una calle que ahora me empadrona y me regaña y me abisma. Ayer me dijo mi madre que mi hermano había encontrado una piedra cristalina azul y esférica en los escasos paseos que dan por miedo a todo lo que ya no es. Llevo horas encerrado en esa piedra, erosionada por el tiempo gigante de las piedras. Corre por mi salón como una metáfora de todo lo que me falta. Se hace grande y pequeña, sube pero siempre baja por mi garganta hasta elegirse en gravedad del mundo.

He pisado y barrido el ruido. Lo he escondido de mi mismo en un ángulo ciego de la tarde. Pero es ahora este silencio, este absurdo silencio, el que no me deja dormir tranquilo.


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