Operación Trikini

Decía Ray Loriga algo así como “cuidado con la chaqueta que te pones porque acaba siendo la tuya”. Es una frase que he repetido hasta la saciedad y siempre me ha hecho sentir inteligente. No estoy totalmente seguro de que sea una cita real y mucho menos textual pero la exhibo con orgullo y cierta altanería. He ambicionado más de una vez con entrar de una u otra manera en el circulo de confianza de Ray Loriga y decírsela para ver si la reclamaba o ya podría hacer eso tan contemporáneo de apropiármela culturalmente.

Y es que hay que ser cuidadoso con todo lo que nos viste, sea una prenda o un accesorio, un complemento o una canción. La prueba de ello es la deliciosa deriva de C. Tangana por el espectro musical más cañí de nuestra memoria. En los últimos días se ha popularizado un “Tiny Desk Concert” en el que aparece rodeado de una serie de acólitos en torno a una mesa gigante. La clásica sobremesa de toda la vida, solo que ahora parece transgresor y contemporáneo. A mi me recuerda una vez cuando era pequeño y mi padre se puso a tocar dos cucharas a modo de percusión mientras los demás cantábamos villancicos.

Es una proeza digna de un artista de la mercadotecnia y el hecho de leerlo exclusivamente como tal no pretende quitarle ni un ápice de mérito. Ha rescatado de nuestro catálogo de carencias la que más nos duele: la mesa que mezclaba al primo protohiphopero con la tia-abuela que se está haciendo fuerte con el vermú. Y ese hilillo de voz, ese talento menor que hay en cada familia pero respetamos con orgullo genético. El bodegón con anís del mono y tapitas y café en vaso largo configura una escena que os juro me pone los pelos de punta.

No puedo quitarme de la cabeza a mi primo Alberto. La cantidad de veces que he pensado que el cordón de oro que llevaba era más grande que él. O a mi tío Luis con su chupito de jubilado ejerciendo con gestos sencillos la noble tarea del patriarcado (me disculpan la palabra).

Últimamente me sorprendo a mi mismo deambulando por Amazon sin encontrar nada estimulante. Y es que por mucho que busco no están las cosas que no tienen precio. No hay disco duro que almacene semejante torrente de imágenes y matices. Mi tía Juana mandando callar a mi tío Emilio que a su vez me increpa por mi defensa de algún jugador ridículo del Madrid. Mi tía Conchi y su cubo de quintos.. No hay pantallas en 8K que expresen el espectro cromático del whisky cola de mi primo Pascual medio mosca al fondo.

Pero el verano se asoma a los escaparates de las tiendas de chinos de mi pueblo. Y todavía albergo la esperanza de reunirme con mi familia de esa manera tan especial que sólo genera el colectivo. Ser testigo una vez más del extraño fenómeno que supone ser uno mismo. Sin chaquetas, sin metáforas, en bañador ralo del Decathlon y camisetas-reliquia de Barcelona 92; “el buen género”, que diría mi madre.

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