Una tienda de canciones

Me levantaré muy temprano. Siempre lo hago. Pues más. Pondré una cafetera italiana con café bueno. Haré mucho y será suficiente para toda la mañana. Sobre las 5:30, tras asearme y desayunar, leeré un poco, media hora como mucho, me gusta que leer sea lo primero, junto con poner el café, que hago en el día. Luego ya encaro el mundo.

Mi bebé duerme como un tronco, como un tronco pequeñito. Como una ramita. Y su madre también. Nunca olvido cerrar la puerta de la habitación, porque no quiero que el ruido del café bullendo, ni el vaso en la mesa, ni el pasar de las hojas, pueda perturbar en manera alguna sus sueños. Echo fruta en la mochila. El café que queda en un termo. Bajo por las escaleras y camino por la ciudad unos quince o veinte minutos. Llevo en las orejas unos auriculares para oír la radio, por si ha pasado algo excesivamente importante. Si es así, mejor que pase en esa franja horaria, porque luego ya no me importa nada hasta el día siguiente. La tienda está en una calle no demasiado céntrica.

Tuve suerte un tiempo. Suerte aquí significa dinero. Suerte de la otra, de la normal, del día a día, he tenido siempre. Siempre significa aquí a menudo. Una suerte de sentirme querido, de no tener dramas familiares y de no quedarme sin recursos. Me agacho, clic clic, la cerradura funciona sin problemas, clic clic, quito la alarma y entro a la tienda, las luces se van encendiendo, son las 8 de la mañana.

Tengo una tienda de canciones. No os lo he dicho. Me dedico a vender canciones que he hecho yo. Es como una pequeña tienda de artesanías pero con canciones. Como si de pequeño me hubiera dado por hacer ceniceros de arcillas y venus de Willendorf, y entonces de adolescente hubiera entrado en una escuela de oficios y artes, y me hubieran enseñado todos los trucos y formas, materiales, herramientas, utensilios, estilos, acabados, vidrificaciones, porcelanas. Y claro, con todo lo aprendido en esa vida larga y bonita dedicada a la arcilla, o a coser ropa, o a fabricar lámparas, con toda esa experiencia de mi vida, monto una tienda. Pero de canciones. Canciones canciones. Tengo de todo en la tienda. Pop, rumba, coplas, bossa novas, experimentaciones, italo disco, electrónica salvaje, también suave, muchas nuevas tendencias, pero lo que más se vende son las canciones pequeñas de guitarra de palo. Tengo una tienda de canciones. Tendré una tienda de canciones. Será increíble. Pasaré ocho horas al día en mi tienda. Tengo detrás un taller donde las hago, las preparo, las termino, las grabo, las edito. Y la gente viene, pasa por la puerta porque quiere una canción, una canción bonita, o graciosa o salvaje, y me preguntan, hola Aaron, hola (tú), vengo a por una canción bailable que tenga un estribillo que pueda cantar todo el mundo, es para un cumpleaños. ¿Cuántos años tiene el cumpleañero?, aquí tengo varias, pasa, mira toma, escucha, si no te cuadran me puedes decir cómo la quieres y te la hago, esta tarde la puedes pasar a recoger.

Entonces la gente pasa, mira las estanterías, que yo las tengo preciosas porque soy súper cuco, y escucha las canciones que hay expuestas en la tienda, preparadas para llevárselas, las envuelvo y se las llevan. Y si no encuentran lo que buscan, me dan unas indicaciones de cómo lo quieren de largo, de ancho, de color, de ritmo, y yo se las hago. Llevo más de 20 años haciendo canciones. Tengo una tienda con canciones porque tengo una sobradísima experiencia en hacer canciones de todo tipo, y mi tienda es súper bonita y la gente le encanta venir a llevarse canciones. ¿Quieres una bolsa? No gracias, llevo una mochila. A ver, con cuidado, mételas ahí, te la envuelvo. Vuelve cuando quieras. Gracias, gracias. Hay otras tiendas de canciones, en la ciudad, hay muchos negocios, pero el mío es muy bonito, me tomo un café a media mañana, el termo lo mantiene calentito, y entonces mi mujer pasa a verme antes de irse a su tienda a trabajar y me deja al bebé hasta mediodía, cuando nos juntamos a comer los tres.

Tenemos una vida sencilla. Yo hago canciones y las vendo en mi tienda. El alquiler es caro, pero si un día nos hartamos siempre podemos irnos y llevarnos mi tienda, y la suya, a otro sitio más barato, la huerta, una casa que tenemos en la playa, en fin, esa es mi vida. Esa será mi vida. Las canciones no son una cosa muy cara. Casi todo el mundo compra una o dos a la semana, y no son nada caras. Uno pasa por una tienda de canciones y siempre mira el escaparate. Y a veces entra, y curiosea, y algo te llevas. Son canciones manufacturadas, hechas por mí. Con todo el cariño y amor y ganas que le pongo a cada canción que hago. Las canciones, las canciones de mi tienda, son para la gente que viene y se las lleva. Son como vasijas. Como teléfonos. Son objetos. Son objetos hechos con mi amor y mi curiosidad, que vendo en mi tienda en el centro de la ciudad, y que me da para pagar un alquiler, tener un hijo, e ir al teatro alguna tarde, y comer pasta en un italiano que nos encanta de una calle que hay detrás de mi tienda.

Es un barrio precioso, la gente es amable. Todos me conocen y saben que si necesitan una canción, me tienen allí, trabajo rápido y no me pongo muy exquisito con las peticiones, hay clientes más tiquismiquis, que te dan muchas vueltas para un encargo, pero es normal, quieren una canción a medida y es algo muy personal, yo nunca pierdo los nervios y trabajo hasta que están contentos con lo que se llevan. Pero sobre todo me gusta cuando los niños se quedan en el escaparate embobados escuchando las canciones, y entonces le tiran a sus madres del brazo, y les piden “por favor mamá cómprame una canción, quiero esa”, y sus madres dicen tirando del brazo también “ahora no, ¡que te he comprado esta semana diez canciones ya!”. Los adolescentes entran, compran poco, no suelen tener mucho dinero, pero se acercan a las canciones de amor, y se quedan largos ratos, a veces se emocionan, y luego, con mucha vergüenza y monedas sueltas me dicen si les llega para dos canciones, y yo les hago rebaja y les digo que sí, que claro, y se van tan contentos con su canción, para escucharla a solas, o regalársela a un novio, a una novia, a un amigo, para guardarla en su cajón de canciones, porque ¿quién no quiere bajar a la tienda y comprar una canción?

Así será mi tienda. Cuando llegue Navidad todo el mundo vendrá a comprar villancicos, y en cuanto empiece a notarse el calor de la ciudad, antes de las vacaciones, tendré mucho trabajo porque todos se quieren ir a la playa con canciones nuevas del verano, y hay que hacerlas divertidas y emocionantes, para que sean la banda sonora perfecta. Me dedico a hacer canciones desde los 12 años. Me gustaría hacerlas toda mi vida. Y venderlas. Para poder alquilar una casa y tener un bebé y comer en un italiano e ir al teatro. Ojalá trabaje siempre en mi tienda de canciones. No tengo muy claro cómo será el futuro de la música. Dicen los expertos que malo. Que robotizado. Que insolvente. Yo quería soñar esta mañana con algo tan sencillo como un sitio donde crear canciones y venderlas, y que vengáis y paseéis por las estanterías, y si algo os gusta os las llevéis, y si queréis algo más concreto me hagáis un encargo. Y envejecer con dignidad y experiencia. Y que no todo sea vanidad. Y haber hecho feliz a mucha gente de una manera sencilla, directa, y sin intermediarios, con mis canciones. Nada más. Buenos días. Podéis volver por aquí cuando queráis. Abro temprano la tienda, y tengo café en un termo. Ciao.

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