Fuckable Men

Marta encuentra entre sus cosas una libreta de cuando era adolescente. En ella están apuntados los nombres de 100 hombres con los que se plantea encuentros de distinta naturaleza.
Marta Díez San Millán

5/100. Kenneth Branagh

Yo de adolescente creía que había que vivir al menos un tiempo y una vez en la vida en Inglaterra para luego experimentar el júbilo máximo que supondría volverse a España. Volver al sol y a la cara campesina de mirar de lejos; sin la niebla jodiéndote la profundidad de campo. Así que para mí, Kenneth era el epítome de ese gélido espíritu británico de desolación y hastío pijo, y enrollarme con él podía suponer una mili de bajona suficientemente intensa como para impulsar mi gozo al experimentar cualquier otro vínculo posterior. Un ciborg muy malo que hacía cálidos a todos los mortales.

Nada en la fisonomía de Kenn -así le llamaba yo mientras picaba de su steak tartar para hacerlo rabiar por dentro; implosionando despacito y muy educadamente- me convencía en absoluto. Cada beso de aquella boca tajo, meramente funcional, me trasladaba a la infancia en el salón de casa de mis padres viendo Luz de luna y escuchando como padre soltaba críticas desaforadas respecto a la semejante escasez de mucosa de Cybill Shephard. Besar a Kenneth era como posar la boca contra una hucha de cerdito e intentar meter la lengua. Acre sabor a dinero.

La culpabilidad de estar con un señor rico, megalómano y físicamente adverso hacía de nuestros encuentros sexuales imaginarios todo un hito de transgresión. Coitos dirigidos por Haneke y localizados en habitaciones de hotel de lujo con vistas espectaculares y sábanas de seda, pero bastante asco mutuo. Sordidez millonaria extrema. Sexo rarísimo.

El señor Branagh y yo lo dejamos cuando la trufa y el foie ya me sabían a tulipán y cuando sufrí la definitiva pérdida de sensibilidad en los pezones. Todo, claro, derivado de un consumo hipertrofiado, puesto que ya te imaginarás que a cualquier buen burgués fanático de Shakespeare, le vuelve loco el temita edípico de la succión mamaria.

No le echo de menos, no. Demasiada peste a Yves Saint Laurent en aquellas axilas lampiñas.