Fuckable Men

Marta encuentra entre sus cosas una libreta de cuando era adolescente. En ella están apuntados los nombres de 100 hombres con los que se plantea encuentros de distinta naturaleza.
Marta Díez San Millán

6/10. Jude Law

Nombre real:David Jade Heyworth Law

Edad actual: 48 años

País: Reino Unido

Altura: 1’79 m

Demasiado guapo. Siempre deambulando con aquel rictus de saberse un pétalo de rosa entre estiércol, Jude fue en todo momento muy difícil de satisfacer. Yo sabía que su inclinación hacia mí sólo podía ser turística. Muy preferible eso, te diré, a que estuviese usándome como tapadera para desviar la atención sobre alguna perversión sexual o secto-religiosa. Al menos, el turismo te hace más exótica que panoli. Me miraba con aquella sonrisilla de estar a puntito de follarse encima, tan típica y tópicamente desarmante que me daba auténtica rabia quitarme las braguitas de puro previsible y lógico que resultaba aquel jolgorio.

Solíamos reunirnos en el Escaná, un bar oscuro, de porreros, cuajado de velas derretidas, donde aún servían mistela. Él me hablaba de su futuro prometedor y portaba siempre un abrigo de espiguilla extraordinariamente caro y alucinantemente bien llenado con aquel cuerpo pluscuamperfecto que delataba en cada duro pliegue abdominal la fofa réplica de mi imperfección precelulítica postadolescente alimentada a base de panecillos untados con margarina y azúcar.

Su inaccesibilidad era tal que muchas veces mi excitación antes del encuentro traspasaba el umbral perceptivo poniendo el marcador a cero y deshidratándome completamente la vagina, como si estuviese realizando una tesis sobre asfalto mástico y hormigón armado. Materializando así el rechazo de la zorra superviviente del relato de las uvas inalcanzables. El prestigio de estar con el más guapo del mundo había dado paso, tras cuatro o cinco coitos de estilo trasnochado, a la asepsia y la falta de entusiasmo de saberme entre los brazos de alguien demasiado narcisista para reparar del todo en mi existencia y para esforzarse más allá de unas mecánicas sacudidas pélvicas. Los besos de Jude pasaron del éxtasis dulzón y levitante de la consumación de un anhelo macerado de gruppie entregada, a lo mundano y áspero de una calada de cigarrillo en pleno invierno, con mucho catarro de nariz, las papilas gustativas inflamadas y las narinas congeladas y secas. Jude en mí era insípido, igual que comerse un póster central suyo de la Superpop.