Fuckable Men

Marta encuentra entre sus cosas una libreta de cuando era adolescente. En ella están apuntados los nombres de 100 hombres con los que se plantea encuentros de distinta naturaleza.
Marta Díez San Millán

30/100. Robert De Niro

Rob era el jefe de planta más temido y malcarado de todo El Corte Inglés de León. Se paseaba alerta como un sabueso por la sección de señoras y lo arrojaban en modo perro asesino cada vez que alguna consumidora insatisfecha osaba solicitar que le devolviesen su dinero.Yo poseía un abrigo pijo granate de Caramelo del mismo tejido que la cazadora del hijo de Marty McFly; impermeabilidad futurista. Fui una diosa olímpica durante todo aquel invierno, pero el chubasquero de luxe resultó tener un fallo en la cremallera que hacía que se trabase con los laterales del forro y lo fuera lastrando y ajando lentamente, como lo estaba el rostro hastiado de Robert, a base de quejas y costumers claims a granel.

Le mostré mi Caramelo defectuoso. Subió y bajó la cremallera custodiada por microfibra herida con cuidado exquisito, arrodillado, mirándome desde abajo con una áspera superioridad, comisuras bucales de sonrisa invertida, frente fruncida y ojos ardientes que brillaban de furia. “A esta cremallera no le pasa nada. Sólo hay que saber manejarla. Así.” Contemplé con desprecio y en contrapicado a aquel miserable acólito del capitalismo y le desafié: “Mira, llevo subiendo y bajando cremalleras desde 1986” cogí una cazadora e hice una demostración gráfica. Él, aún en el suelo, viró su gesto de mascar cianuro a otro más suave, más dulce y seductor. Más de idiota. Se levantó despacio sin desconectar la mirada y deslizó mi cremallera como si fuese de mantequilla, mientras nos descoyuntábamos en un intercambio de ojeriza sensual intensamente incómoda, hasta el límite de la caricia grimosa de la punta misma del clítoris con el extremo más fino de unas yemas callosas. “Está bien”, me dijo espirando derrota cálida por sus rotundas fosas nasales.

Firmé un albarán de devolución con calco que me quedé de souvenir y huyó iracundo a los almacenes abrazando el original. Era obvio que le ponía bastante el fracaso. Lo imaginé besando los flecos del harapo enroscado a su cuello mientras se masturbaba en un arriesgado sube y baja de cremalleras sincronizadas. Así sería