Un Pájaro Sencillo

Son muy pocos los días que trabajo fuera del estudio. Normalmente la jornada pasa por la ventana como una rigurosa secuencia de destellos, alaridos y sombras colmatando el patio interior hasta que todo convulsiona como en una antigua olla a presión.
Pero hoy me han llamado para visitar un solar junto al Retiro. En él ahora un vacío y mañana unas viviendas carísimas que habré podido modelar pero en las que jamás podré vivir. El promotor llega tarde, siempre llegan tarde. Así te demuestran que están sumamente ocupados ordenando las camisas en su vestidor o haciendo lo que quiera que hagan los ricos.
Por una parte odio estos rituales pero en el fondo estas esperas en las que no puedes hacer NADA son sumamente reconfortantes. Me siento en una terraza al solecito y pido un café con tostadas de aceite. Rebusco en mi mochila algo para pasar el tiempo. Cojo una libreta. Qué apunto, no sé, no tengo pensamientos demasiado válidos y menos un martes. Pienso severamente en la distancia a la que uno deja de ser interesante. Yo me calculo 20 metros. Soy como ver en 2023 El Señor de los Anillos con todos esos escenarios peor que de cartón y la luz excesivamente difusa para desenfocar los bordes. A partir de 20 metros puedes ver que me hago el dobladillo del pantalón todos los días por no coserlo. Puedes comprobar que mi jersey es neutro pero su color no es el original. Que tengo una propensión extraña a derramar migas de pan por cualquier lugar remoto de mi cuerpo. Si te fijas verás que hay una polaridad extraña que hace que cada dos o tres horas se me arremoline una pelusa en la parte izquierda del cuello. Y si te acercas, verás que la libreta que he abierto está vacía, o peor, que he apuntado mi nombre veinte veces como si tuviera miedo a olvidar quién soy.

Me traen la tostada, por fin puedo dejar de fingir que tengo algo entre manos. Como siempre el ritual de migas alrededor. Me empiezan a rodear unos cuantos pájaros. Es inquietante. Pienso: podría aparecer el magnate en cualquier momento y me vería rodeado de pájaros alimentándose de los pequeños pizcos de pan que se me caen al suelo. Le diría, mire, este es el resto del equipo. No se reiría. O sí, no sé qué sería más incómodo.

Estoy absolutamente absorto en este pensamiento cuando presiento la cercanía de uno de los pequeños gorriones. Un pájaro sencillo. Me mira y espera que siga con mi despropósito. Nos medimos. Me miro en sus ojos. Soy él por un momento. En absoluto un águila, jamás un albatros. Sólo un pájaro sencillo. Nada de espectáculos de cetrería. No me busquéis en lo alto de un campanario dibujando la silueta de vuestras fotos. Nunca un ave migratoria. Tampoco una gallina. Sí este gorrión de color entre pardo y gris. Esperando su miguita de pan en el mejor barrio de Madrid. Un pájaro que viene como mucho del Jardín Botánico donde se codea con nobles turistas que toman café y pastitas. ¡Qué listo!

Me he metido tanto en el papel que llego a olvidar que mi pequeño amigo está esperando algo. Le doy la mitad de mi tostada. Se la pongo en el platito de mi taza de café. No se la come con urgencia, ni se la lleva a ningún sitio. No la almacena para el día que tenga menos suerte. La va picoteando y siento que realmente ha nacido una amistad entre nosotros. Me llega un mensaje del promotor, está apunto de llegar. Si se acerca a menos de veinte metros me verá compartiendo desayuno y preguntándome dónde morirán los pájaros. Una vez escuché que hay algunos que lo hacen en pleno vuelo. Otra vez vi una gaviota vapuleada por las olas en la playa de mi pueblo. Como si el mar la devolviera o quisiera subrayarla.
Me llama el promotor. Con cierta prisa entro al bar para pagar. Cuando salgo no está la tostada, tampoco el pájaro. Pierdo la mirada entre las ramas próximas. Era mi amigo. Se busca pájaro. Pondré carteles: UN PÁJARO SENCILLO.

Por supuesto, le hice una foto.

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