POSIBLE: La paradoja temporal de Enrique Bunbury

Lo peor de los discos de Bunbury es que uno desearía haberlos escuchado mil veces antes de la primera vez. Lo mejor, las canciones, como los huesos de un esqueleto demasiado propio.

Mientras los nuevos ídolos bailan al otro lado de la ciudad, el rock gira envuelto en su propio infierno y de entre las llamas se eleva POSIBLE. Y el humo, los sintetizadores, las máquinas y el temblor de nuestras propias voces nos recuerdan que el último escorpión vivo de la irreverencia ha girado de nuevo el aguijón.

Cerrando la segunda de las trilogías grabada con su actual banda, Los Santos Inocentes, las letras, la producción, los conciertos y los videoclips desde PALOSANTO han ido conformando la cosmología propia de un abismo: la reflexión última. POSIBLE es esa chica a la que acompañar a casa sin prisa, dedicándole tiempo a las calles. Es el mensaje que le mandas cuando ya no queda tiempo.

El aragonés, que había elegido el cabaret, el boxeo, el circo, las road movies, los extraterrestres o la oscuridad lynchiana como ecosistemas para sus anteriores discos, sigue girando el volante hasta llegar a los universos paralelos como seña de identidad de POSIBLE. Y si para Bunbury el radar atmosférico cambia de álbum en álbum, también lo hace su radar musical. Si en la trilogía anterior cerrada por LICENCIADO CANTINAS, el foco final apuntaba a Latinoamérica (disco, por otra parte que, en su contexto, quizás habría encajado mejor como cierre de ciclo de su anterior banda, El Huracán Ambulante), y el foco inicial iluminaba el rock fronterizo americano, y más atrás aún había coqueteado con sonidos mediterráneos, orientales e incluso electrónicos a lo Prodigy, en la última etapa justamente anterior a POSIBLE, la mirada estaba puesta en el rock alternativo y en la Europa de los últimos discos (y menos entendidos) de Richard Hawley. Y eso siempre es bueno.

Este rápido repaso de apenas unas líneas a la carrera de Bunbury era importante para entender su último trabajo. Y es que Enrique, como ocurre con Ray Loriga, lleva toda la vida huyendo de sí mismo. Y uno se pregunta por qué, pues la sensación que uno tiene es que nadie los persigue ya, como esos soldados japoneses que defendían colinas muchos años después sin que nadie les avisara de que la guerra había terminado. Es cierto que ambos, muy jóvenes, crearon un estilo (cada uno en su género), el cual luego ha tratado de copiar mucha gente. Y así han surgido movimientos de los que ellos, como fundadores, no han sido parte (pues los fundadores de los movimientos nunca son parte de ellos), de modo que se ha dado la paradoja de que sus seguidores han ansiado continuamente que sigan repitiendo y mejorando dicha fórmula, y ellos han pretendido huir de ella y, por tanto, de sí mismos, constantemente. De ahí que Bunbury haya grabado discos tan diferentes y haya decepcionado en algún momento de su carrera a más de uno de esos seguidores que forman o han formado parte del movimiento que ellos crearon. Porque todo el mundo quería ser Enrique Bunbury, menos Enrique Bunbury. Y, dentro de esa exploración continua por alejarse de lo que ha hecho, ha transitado caminos tan remotos, que ahora ha dado la vuelta entera y está más cerca del punto inicial, es decir, de ese Bunbury del que ha estado huyendo desde entonces, que de otros más recientes. Y, entonces, paradójicamente, la duda que imagino que le debió asaltar una vez terminado su anterior disco, EXPECTATIVAS, era si dar un paso más adelante, que sería, por tanto, volver a ese movimiento del que ha tratado de escapar toda su vida, o dar un paso atrás y, por tanto, grabar un disco no muy distinto al anterior. Y eso es lo que nos canta en Indeciso o no, de su nuevo álbum, que bien, musicalmente, podría ser un cruce entre Héroe de leyenda y Mar de dudas, y cuyo subidón desgarrador a mitad de la canción todavía nos pone la piel de gallina.

Pero lo que ha hecho Enrique no ha sido ni una cosa ni la otra, sino que se ha salido del plano en el que le correspondía estar. Y, como POSIBLE trata, precisamente, de las distintas versiones que uno tiene de sí mismo y, por tanto, de universos paralelos, se ha producido algo parecido a esa imagen de la maravillosa película de Cristopher Nolan, Interstellar (que da título a una de las canciones del disco), en la que los protagonistas se dan la mano a través de un agujero de gusano, con la diferencia de que aquí Enrique se ha dado la mano a sí mismo en su primer álbum en solitario, RADICAL SONORA, es decir, Enrique, con sus gafas Ray-Ban redondas, su pelo largo (y más rizado que nunca) y sus trajes de colores, le ha dado la mano a Enrique con su cabeza rapada, sus gafas a lo Bono de U2 y los pantalones con tirantes y camiseta de manga corta de entonces. 

Y en eso es en lo que consisten los universos paralelos que tanto gustan a Bunbury y que él describió mejor que nadie en Supongo, la última canción anterior a POSIBLE (El tiempo es un círculo plano / Todo lo hecho lo repetiremos / Y tú y yo nos volveremos a encontrar / Todas las veces). Porque uno tiene la sensación de que, efectivamente, hay un plano paralelo en el que Enrique ha seguido todos estos años con Héroes del Silencio, otro en el que ha continuado con El Huracán Ambulante, otro -que es en el que me encuentro yo- en el que ahora saca un disco que se llama POSIBLE, e infinitos universos más que cambian ligeramente según el matiz de la decisión que haya tomado. Y absolutamente todos se cruzan en este álbum, algo así como esos ejercicios que nos ponían de pequeños en clase de matemáticas en los que nos decían que un tren salía del punto A a una determinada velocidad, y otro tren salía del punto B a distinta velocidad, y teníamos que adivinar el punto donde se cruzaban. Y POSIBLE es ese punto en el que se cruzan todos los trenes. Es el efecto que ha provocado Bunbury por haberse salido del plano que le correspondía. Y, por tanto, ha provocado esa paradoja temporal. Y como todas las paradojas se basan en incongruencia de la lógica, lo que la nota de prensa que acompaña al álbum nos dice acerca de que su esencia radica en las múltiples versiones que cada canción tiene de sí misma (es decir, es una visión del disco como unidad hacia el universo en su totalidad), está equivocada. La realidad es justamente al revés. POSIBLE es la matriz última del universo, todo confluye hacia él, y las distintas versiones que hay en los distintos planos acaban en este disco. Dicho de otra manera, cualquier Enrique Bunbury encerrado en cada uno de esos planos, el que ha seguido con Héroes del Silencio, el que está aún a día de hoy con El Huracán Ambulante, el que veo yo por estar en mi plano y que es sobre el que estoy escribiendo, el que se salió ligeramente de él y quizás abandonó su actual banda tras discutir en Ámsterdam con el “pipa” que no enchufó bien el cable del hammond y no se escuchó cuando sonó Mar Adentro, el que visitó después de un concierto la casa de un seguidor que le regaló una escultura y por la que decidió dedicarse a tal oficio, o el que, simplemente es un turista bañándose en una playa remota con un bañador slip azul muy corto, hubiera acabado, a través de una serie de movimientos inconscientes y casuales, grabando este disco. Porque ya el propio Enrique hace más de treinta años, en su canción Oración de SENDEROS DE TRAICIÓN hablaba de las distintas posibilidades que hay en uno mismo (Pierdo el tiempo pensando en lo esencial / Que a veces dejo pasar / Cuántos instantes he ignorado ya / Capaces de haberme cambiado). Porque todo tiene que ver con todo. Y porque las cosas ocurren como han ocurrido siempre.

 Y, una vez hechas las presentaciones, ¿qué es POSIBLE y qué no lo es? 

Para empezar, la amabilidad hacia el disco es directamente proporcional al número de veces que se escucha y al volumen con el que se hace. Eso sí, que nadie espere un Viento a favor, un San Cosme y San Damián, un Irremediablemente cotidiano, un Más alto que nosotros solo el cielo, o un Mi libertad en este disco. Las canciones de melodía dulce que nos entraban a la primera, y que no estaban en RADICAL SONORA, tampoco lo están ahora. El Bunbury de POSIBLE es, ante todo, un espectador sensato. Y sus canciones se sientan en la tribuna del espacio-tiempo hasta sentirse en calma con sus motivos. Y es que, en POSIBLE, las armonías están impregnadas de un aroma de ritmos pausados, que, por su inherente belleza, quizás provoque, sin embargo, carencia de una contundencia que muchos de los seguidores echen en falta, como si eso al space cowboy más famoso del lugar le fuera a importar. La insolencia de su juventud ha pivotado hacia una vida contemplativa, ajena al ruido de la sociedad, como si ya lo hubiera dado todo por perdido, y todo ya le diera igual. Ya no canta hacia fuera. Ahora lo hace de la piel para dentro.

Se habla mucho de Depeche Mode como etiqueta para clasificar el sonido del disco. Y, en parte, esa apreciación no es del todo errónea. Sin embargo, los video clips (muy acertados todos) han teñido las atmósferas de POSIBLE de un aire futurista, tal y como nos imaginábamos que sería el futuro en los ochenta, y han provocado que, de pronto, esas mismas melodías adquirieran un nuevo significado. El ejemplo más claro lo encontramos en Deseos de usar y tirar, un bolero hipnótico que gustará a todas las madres. A simple escucha, hay trazas de discos anteriores en la letra y en la melodía de voz que nos recuerda a Parecemos tontos o Salvavidas. Sin embargo, el video nos envía a otro camino mucho más coherente con la idea del álbum, de modo que, si de alguna manera, algo antes de verlo nos había llevado a discos anteriores, esa sensación no es real. Es, simplemente, un deja vu

Y ese efecto mariposa se aprecia, como no, en la canción que abre el disco: Cualquiera en su sano juicio (se habría vuelto loco por ti), un medio tiempo que sorprende que sea el que nos abra la puerta a esta nueva dimensión, muy alejado de los inicios arrolladores a los que nos tiene acostumbrados el maño. Los primeros compases son realmente tétricos y la armonía es delicada hasta el extremo. La batería electrónica, eso sí, despista un poco. La canción, por otro lado, contiene un buen puñado de frases que harán las delicias de sus seguidores y que acompañarán, a buen seguro, muchas de sus publicaciones en redes sociales. 

    Y es en el final de esta canción cuando uno piensa que POSIBLE es la mediatriz perfecta entre Radiohead y los discos Thom Yorke en solitario. Porque Enrique nos ha vuelto a engañar a todos. Ahora que el público indie (radicalmente cruel con él) le ha dado un abrazo, y él se ha dejado querer, cualquiera habría pensado que en este disco habría caído rendido a los placeres de dicho estilo. Ya, de hecho, la advertencia que hacía en la nota de prensa antes de la publicación del álbum en la que indicaba el uso de sintetizadores como elemento diferenciador respecto a previos trabajos, nos hacía pensar en ello. Y su segundo single, Hombre de acción, que es un tema para ponérselo en bucle y que firmaría cualquier banda indie de la actualidad (por momentos, uno se la imagina tocada por Viva Suecia o Second), reforzaba dicha idea. Sin embargo, POSIBLE es, junto con LAS CONSECUENCIAS, el disco más introspectivo de Bunbury y, por tanto, el menos dado a divertir a ese público, históricamente ajeno a él. Eso sí, sin duda, cuando toque esta canción en directo será el momento estrella de la nueva gira (que pasará en 2021 por Colombia). 

      La gira, precisamente, es una de las incógnitas que acompañan al álbum, pues, definitivamente, no es un disco de banda y uno se pregunta cómo va a llevar semejante electrotecnia a un escenario, en teoría, orgánico. Es cierto que las canciones de épocas antiguas han crecido enormemente en sus últimos directos (salvo Lady Blue), y que Enrique ha decidido declararle la guerra al tiempo, repitiéndonos una y otra vez que él es algo más que su destino y sus circunstancias, pero no se entiende del todo su afán de lucha hacia un tipo de seguidor que al comienzo de su carrera en solitario se declaró su enemigo, y que Enrique quizás no sepa que entregó las armas casi al principio del combate tras escuchar PEQUEÑO, sin duda alguna, su trabajo más redondo hasta la fecha. Y si algún rival quedó en pie tras esa explosión nuclear de preciosas melodías, acabó enterrando el hacha de guerra y sacando la bandera blanca cuando se embriagó de su otra gran joya en solitario, FLAMINGOS. Pero Bunbury no deja de aplicar con ellos la tercera ley de Newton, como demuestra en Las palabras, con las que insiste, una vez más, al seguidor de Héroes del Silencio en que no va a dar un paso atrás y que no va a volver por mucho que se lo pidan. Lo que el Enrique de este universo no acaba de entender es que ya no hay ningún combatiente al que herir, salvo que se haya dado cuenta de que, quizás, su único y máximo enemigo que, desde un plano paralelo al otro lado de la pared se dedica a hacer señas para llamar su atención y le escriba una H en el suelo constantemente, sea él mismo. Y esas palabras, por tanto, sean la reacción de este Enrique para que el otro deje de una vez de mancharle el suelo, y vuelva al universo que le corresponde. 

    Cuando uno repasa la trayectoria musical y personal de Bunbury, y se fija en que tuvo la primera banda de música alternativa del país, en que fue vegano antes que nadie, que ya hablaba de ukeleles, sintetizadores y hammonds cuando todo eso nos sonaba a chino o que viajó a La India y por el Pacífico mucho antes de que existieran las redes sociales, en definitiva, que se pasó todas las pantallas de la partida antes de los veinte años y que tuvo la crisis de la mediana edad cuando todavía tenía acné, uno se pregunta si también es posible que Bunbury, en realidad, sea un anunnaki que pertenece a una civilización mucho más desarrollada que la nuestra, que, por algún motivo del cual se desconoce explicación, haya acabado en este universo, quizás por error, y que esté encerrado en un ciclo infinito de posibilidades, de modo que lleve el tiempo con él, y que nos conozca bien a todos y a cada uno de nosotros. Enrique sabe cosas que los demás no sabemos, salvo, precisamente, la manera de cambiarlas. De ahí que busque constantemente una brecha que le haga escapar del universo en el que está. Y seguro que le encantaría poder subirse a una máquina del tiempo y ponerse de vez en cuando la bandana en la cabeza y mirarse al espejo a ver cómo le queda, pero él piensa que, de hacerlo, estaría dando definitivamente un paso en falso que le haría quedarse encerrado en esa dimensión por el resto de su vida. Y esa quizás sea su gran equivocación. Hay numerosos ejemplos en la escena musical actual de gente no sospechosa, y tan anunnakis como él. No hay más que fijarse en Dave Gahan, Alex Turner o Eddie Vedder.

Pero él no quiere volver, y en esa brecha que ha encontrado y por la que ha logrado escapar, ha llegado a Arte de vanguardia, una canción que nos recuerda a algo de los primeros OBK y que quizás sea el tema con más contrastes del disco, y habrá gente que la salte (Enrique ya nos tiene acostumbrados a tener una canción por álbum que acabamos saltando, como Ciudad de las bajas pasiones, Hijo de Cortés, Trinidad o Todos lo haremos mejor en el futuro) y habrá gente, por el contrario, que cuando la escuche sentirá algo así como una erección en el corazón.

Y es que el Bunbury de POSIBLE no busca la canción que en un momento dado se pueda convertir en la favorita de alguien. Porque POSIBLE no es, definitivamente, un disco con el que iniciarse en el universo de Bunbury. Enrique ha buscado en este disco hacer la meta-canción, la canción dentro de la canción. Es algo así como el Foster-Wallace de la meta-literatura, que exige al público una mente entrenada y sin prejuicios para introducirse en este universo sin ningún complejo y sabiendo que lo que se va a encontrar ahí no es nada fácil. 

Lejos queda ya la que es, con total probabilidad, la época más melódica del aragonés, y que va desde 1999 hasta 2003, incluyendo el genial disco con Bushido y el no editado que alguien llamó Bizarros. Canciones poco populares como Circo circular, Barret, Bailando con el enemigo o el estribillo de España son, en su sencillez, simplemente, insuperables. También es cierto que, de vez en cuando, aparecen, sin que nadie lo espere, brotes verdes como la maravillosa Hada chalada. Pero Enrique, cuando graba discos, ahora juega a otra cosa.

Y ese objetivo de meta-canción está presente de manera más evidente en Mariachi sin cabeza, un tema del que, si consigues abstraerte de las capas superficiales, acabas encontrando una línea de bajo muy al estilo The Whitest Boy Alive, que es realmente estupenda. Y si consigues, por el contrario, contemplar la canción en su conjunto, estamos ante el que uno se imagina que puede ser uno de los momentos de mayor lucidez de la banda en directo si consiguen darle un matiz a lo banda sonora de Drive, Stranger Things o Blade Runner. Vocalmente es extraordinaria, y uno echa en falta que, en lugar de pausar el estribillo cuando lo repite por tercera vez en mitad de la canción justo antes del punteo, hubiera continuado subiendo, a lo Es hora de hablar, y rompiendo en un desenlace más épico y atronador.

Llegando al final del álbum, nos encontramos con un tema urban, Como un millón de dólares, donde saxo, sintetizador y demás ordenadores casan a la perfección, si bien, la letra es, quizás, la más floja del disco. Ésta será, en mi caso, la canción que me salte yo.

POSIBLE se cierra, sin embargo, con la deliciosa Los términos de mi rendición, que, curiosamente, es la que más suena a banda de todas, que es realmente emocionante (y que uno hubiera alargado mucho más el punteo final), y en la que en el vídeo se nos da una pista del que puede ser el próximo álbum del aragonés cuando el propio Enrique aparece, al principio, tocando el piano. ¿Pueden ir por ahí los tiros? ¿Girar la rosca un poco más y desnudar ya del todo las canciones, y dejarlas sólo con piano y voz? Porque acaba de salir a la calle POSIBLE y ya empezamos a echarlo de menos. Porque con Bunbury siempre nos pasa lo mismo. No hemos acabado de escuchar el disco entero y ya estamos imaginándonos cómo será el siguiente. Pero ya no quedan tantos caminos por explorar. Podría ser que nos sorprendiera con un disco psicodélico con instrumentos sesenteros, a lo Ray Manzarek en Light my fire de los Doors, o un disco a lo crooner, con orquesta a sus espaldas, cantando a lo Mi buen amor (su magnífica colaboración con Mon Laferte). Y si no, ahora que ha abierto la brecha a dar el salto entre universos paralelos, también le queda la posibilidad de darle la mano a alguno de los Bunburys del pasado. Y sólo él puede saber a quién de ellos quiere dársela. Quizás el título de, precisamente, la última canción de POSIBLE sea otra pista. Para emoción de unos y desencanto de otros, quizás la definitiva.

Y sea lo que sea lo que quiera hacer, no será lo que nadie se espera.

Ni siquiera él.

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