Silvina Ocampo

"La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo". Mariana Enríquez. Anagrama 2018

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“Hermana de Victoria Ocampo, esposa de Adolfo Bioy Casares, amiga íntima de Jorge Luis Borges, una de las mujeres más ricas y extravagantes de la Argentina, una de las escritoras más talentosas y extrañas de la literatura en español: todos esos títulos no la explican, no la definen, no sirven para entender su misterio.” Mariana Enríquez introduce así la figura de Silvina Ocampo en su libro La hermana menor, editado por Anagrama en 2018.

Silvina Ocampo era una outsider, y su actitud ante la vida fue tan indescifrable y fascinante como su literatura.
El estar rodeada de tres figuras tan inmensas (Bioy, Borges, su hermana) seguramente tuvo algo que ver con ello. Victoria, fundadora de la revista Sur, inteligente, moderna y feminista; fue una de las principales catalizadoras de la vida cultural argentina en la primera mitad del siglo XX. Sur se convirtió en el epicentro de la intelectualidad argentina, con colaboradores como Gabriela Mistral, García Lorca o Pablo Neruda, y donde se inició la fama de Borges. La editorial homónima que fundó más tarde introdujo en Latinoamérica las obras de Virginia Woolf, Jung, Nabokov o Sartre. Era una mujer imponente, olímpica, y su relación con Silvina fue extremadamente compleja: entre ellas siempre existió cierta dependencia, pero no exenta de desprecio.

Durante un tiempo, Silvina fue pintora, discípula de Giorgio de Chirico, pero no tardó en abandonar las artes plásticas para dedicarse de lleno a la literatura. Y fue de lo más prolífica, autora de multitud de libros de relatos, poemarios, tres novelas (entre ellas Los que aman, odian, escrita a cuatro manos con Bioy Casares, y precursora de la novela policial argentina) y una obra de teatro.

Su escritura es tremendamente original. Resulta casi imposible detectar influencias en su obra, de hecho, parece que se enreda cada vez más en su propio estilo, ahondando en los temas que la obsesionaban: como decía el propio Bioy, es como si se hubiese influido a sí misma. Además, no comulgaba del todo con las líneas estéticas de Sur. Tras su primera publicación, fue sensible a las “críticas” de Victoria, y trató de encajar en las premisas de la revista, de ser “digna” de ella (esa dependencia tóxica), pero no tardó en volver a su propia senda.

Sus relatos están plagados de infinidad de pequeños objetos, los espacios domésticos (uno de sus temas fetiche) están colmatados, y en todos los rincones proliferan los reflejos, que multiplican la sensación de acumulación de cosas. Se recrea en minucias, en bagatelas, se aloja en ellas y las cultiva: no le interesan únicamente los detalles materiales, también exprime los gestos, expresiones y manías de sus personajes. Esa acumulación y desorden, esa mezcolanza sin aparente orden ni concierto, estuvo presente del mismo modo en su vida real: a pesar de pertenecer a la alta burguesía, sentía fascinación por los mendigos, entre sus invitados se mezclaban aristócratas y trabajadores; y gustaba de pasar el tiempo en las dependencias del servicio.

Silvina era una mujer imprevisible, fascinante y perversa. Y sus cuentos, incómodos y desconcertantes, son un espejo de su personalidad. En ellos siempre está presente cierta crueldad burlona, ejercida en muchas ocasiones por los niños, recurrentes protagonistas y verdugos inconscientes. Se trata de una perversidad hipnótica, y narrada siempre con visos de broma. En algunos momentos incluso coquetea con la ciencia ficción distópica, con relatos como Las ondas, construyendo universos oníricos en los que es imposible distinguir la realidad de la imaginación.

En su vida personal también hacía gala de estos gestos de crueldad: en una ocasión, se deshizo con toda naturalidad de los gatos de angora de Elena Garro, cuyo cuidado había encargado a Bioy Casares. Y es que claro, Garro era la amante de Bioy, aunque a Silvina esto no parecía importarle: simplemente, ella odiaba a los gatos. De las relaciones extramatrimoniales de su marido, Silvina era más que consciente, y el sufrimiento que le comportaban no está del todo claro. Ella misma mantuvo otras relaciones, con hombres y mujeres: hay quienes afirman que fue amante de la madre del propio Bioy, y existe otro rumor según el cual la poeta Alejandra Pizarnik se suicidó atormentada por su rechazo.

Tanto Silvina como Elena Garro, dejaron testimonios literarios sobre esta infidelidad de largo recorrido (el relato La continuación, en el caso de Silvina; la novela Testimonio sobre Mariana en el de Garro), y, paradójicamente, la amante sale mucho mejor parada que la esposa. Es este otro de los gestos que alimentan esa imagen de misteriosa indiferencia que Silvina cultivaba. De hecho, trabó amistades fugaces con muchas de las amantes de Bioy, que acudían a llorarle cuando éste las abandonaba; ella las consolaba con un disfrute perverso.

Toda esta complejidad emocional la inspiró muchísimo en su obra; pero sin embargo, seguramente de forma inconsciente, al final de su vida se vengó de Bioy, quien a pesar de todo mantuvo que Silvina había sido su mayor amor. En sus últimos años, enferma de Alzheimer, le retiró por completo la palabra, convencida de que la mantenía presa y vigilada por las enfermeras que había contratado para cuidarla. Éste le suplicaba y sufría por su rechazo; pero ella, aún con la suficiente lucidez como para darse cuenta de que seguía planeando encuentros con sus amantes, pero ya privada de la que le permitía no sufrir ante ello, nunca le volvió a hablar.

La biografía elaborada por Mariana Enríquez, La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo, nos acerca un poco más a la figura de esta autora hasta ahora opacada, pero una de las más interesantes y misteriosas de la cultura argentina. Así la definió su amigo Jorge Luis Borges: “Yo sospecho que para Silvina Ocampo, Silvina Ocampo es una de tantas personas con las que tiene que alternar durante su residencia en la Tierra.”

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