Fuckable Men

Marta encuentra entre sus cosas una libreta de cuando era adolescente. En ella están apuntados los nombres de 100 hombres con los que se plantea encuentros de distinta naturaleza.
Marta Díez San Millán

2/100. Ewan McGregor

Era posiblemente el yonki de ficción más atractivo que se haya paseado por la galaxia en pantalones pitillo, mojado y con restos de heces húmedas entre los dedos de las manos. El fenómeno Trainspotting caló hondo en el corazón de los que fueron adolescentes en 1996, más incluso en las que éramos púberes y llevábamos aparato dental con braquets y nos apretábamos las tetas contra carpetas enormes forradas de fotogramas de La princesa prometida y My fair lady. “Yíuan”, así le llamaba yo y un amigo ambiguo sexualmente que no paraba de hablar de él como si su mención constante lo avalase como comentarista indie -fíjate tú que no existía filmin aún- era como si tu primo el calladito hubiera medrado por lo bajini convirtiéndose de chiripa en actor conocido a nivel internacional sin que ello mejorase su ubicación en la mesa comunal de las cenas navideñas. A Ewan, no tienes más que mirarlo, siempre le tocaba pata.

Nosotros, en mi mente, nos paseábamos por el parque de Quevedo y él, con un jersey descolorido de estampado a lo Bill Cosby revendido en Humana, recogía mi mano entre las suyas y la besaba con sus labios bastante secos y reactivos de pseudopelirrojo deshidratado mientras me ponía en su walkman una cassette de Offspring y me acercaba a la oreja el auricular esponjoso izquierdo – se oía igual que si un mosquito te tararease gritando una saeta-. Hacíamos el amor en la posición del misionero, con la ropa puesta y completamente a oscuras, con el pudor de quienes tienen el cuerpo cubierto de llagas purulentas. Pero nos queríamos más fuerte y desconocidamente que los enamorados improbables de un relato de Lovecraft.